Cronicas del Sur

Las cascadas de Nant y Fall en la Comarca Andina de Chubut

Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp

La reminiscencia de un invierno rebelde en su retirada mantiene aún en la avanzada primavera el rojo de las rosas mosquetas que tiñe los campos y bosques del valle 16 de Octubre de Trevelin, en la Comarca Andina de Chubut, en contraste con los pastos todavía amarillentos, los violáceos lupines que empiezan a florecer y el azul de su diáfano cielo. Es una época ideal para recorrer los anchos caminos de tierra que atraviesan los campos, con su fondo de montañas azules todavía coronadas de nieve, y visitar a La Petisa, La Larga y Las Mellizas; no se trata de vecinas de la zona sino de las cuatro cascadas más famosas del arroyo Nant y Fall, en la reserva natural que lleva su nombre.

El arroyo, con sus rápidas aguas transparentes y numerosas cascadas, corre allí por un frondoso bosque -a veces con más ruido que visibilidad-, en el que el verde se impone al rojo de las rosas mosqueta y en una superficie de unas 50 hectáreas conforma la Reserva Natural Cascadas de Nant y Fall, creada en 1994, a unos 17 kilómetros al oeste de de Trevelin. El mayor atractivo de esta área protegida se da en un tramo de unos 500 metros, donde el curso de agua expone sus cuatro saltos más importantes.

El caudal baja a diferentes velocidades por una zona de bosque cerrado, en la que sobresalen los altos cipreses y coihues; algunas especies de menor tamaño, como lauras y maitenes, y un tupido y enmarañado sotobosque con gran variedad de arbustos, enredaderas y yuyos. Entre ellos se pueden mencionar especies nativas como romerillo, lirio del campo, maqui, calandrilla, chacay, clavel del campo, pichi, quinchamli, arvejilla, mutisia, uña de gato, vinagrillo, abrojos y radales.

La infraestructura turística de la reserva incluye un recorrido pedestre autoguiado de unos mil metros y dificultad media-baja, que con suaves sinuosidades cruza el bosque, a lo largo del cual hay mucho para observar y disfrutar. El eje de este paseo, que puede demandar unas dos horas, son esas cuatro cascadas: “La Petisa”, casi tan ancha como alta; “Las Mellizas”, dos saltos escalonados, y “La Larga”, de 67 metros de altura, también conocida como el “Salto Grande”.

En la zona más alta, con el cielo despejado se puede apreciar el cerro Trono de las Nubes, al frente de la reserva aunque distante, y buena parte del valle 16 de Octubre. El nombre oficial es Valle Hermoso, pero la gente lo llama así por la fecha de 1888 en que se oficializó el establecimiento de las colonias de galeses en la región. También el nombre del arroyo es de origen galés y significa “Arroyo de las Cascadas”.

Esta reserva es de fácil acceso desde el casco urbano de Trevelin, con sólo recorrer tres kilómetros hacia el sur por la ruta nacional 259 y luego desviar a la izquierda, otros 14 por un camino de ripio. Las cascadas, formadas por ese arroyo que es desagüe del lago Rosario y que desemboca en el río Futaleufú, se encuentran a sólo 540 metros sobre el nivel del mar, pero pareciera que toda esa altura está en los últimos kilómetros, ya que el camino es en constante subida.

CIRCUITO AUTOGUIADO

A poco de ingresar a la reserva se llega al estacionamiento, desde donde hay que cruzar a pie un puente sobre el cauce del arroyo y a la derecha se divisa la casilla de guardafauna, semioculta por la vegetación. Si se toma a la izquierda se llega a un pequeño balneario donde el cauce es habitualmente muy playo y se ven las piedras del fondo, sobre las que se puede caminar.

En ese sector hay un balneario que cuenta con espacio para picnics y fogones, donde el arroyo está también bordeado de árboles y plantas bajas. Ese espacio abierto, si no se altera la calma del lugar, puede ser un punto ideal para avistaje de aves que van a abrevar, como torcazas, zorzales patagónicos y martín pescadores, que en este caso también sobrevuelan el arroyo en busca de comida.

En el puesto de guardafauna comienza el sendero autoguiado, que siempre se recorre en compañía del canto de los pájaros, el esporádico silbido del viento entre las hojas y siempre del rumor de las cascadas y del arroyo que corre veloz entre rocas, troncos caídos y otros obstáculos naturales.

LA PETISA

El camino pasa primero junto a la cascada La Petisa, lateralmente, por lo que sólo se la ve entre el follaje, pero luego, tras una curva, se llega a un mirador que permite observar de frente este salto, que en honor a su nombre es el más bajo del complejo. Desde allí se puede ver que también en las márgenes del arroyo y junto a las cascadas crecen enredaderas, musgos, líquenes y helechos, gracias a la constante humedad del lugar.

En la base de este salto, el arroyo inicia un descenso abrupto y hace una cerrada curva casi en herradura en la que las copas de los árboles están por debajo del camino. Un mirador que domina el área brinda al visitante una de las mejores vistas del entorno del arroyo, especialmente en las tardes en que los tonos del sol en declive entre las ramas se combinan con el verde y una variada gama de amarillos y naranjas.

Luego el sendero se despega del borde del arroyo y atraviesa un laberíntico matorral de arbustos y plantas de baja altura, en especial de rosas mosquetas que conforman un tupido paredón rojo cual laberinto en sus bordes, con sus pequeños e incontables frutos, imposible de atravesar debido a las filosas espinas en la maraña de ramas.

LAS MELLIZAS

El segundo mirador es el de Las Mellizas, cascadas que están una tras otra en escalera, en una zona donde la quebrada comienza a abrirse y, ya sin la galería de árboles que la encierra en la primera parte ni el sotobosque posterior, su interior está más iluminado.

De regreso al sendero, entre altos árboles hay un espacio semicircular con unos bancos de madera, llamado Plaza del Silencio, ideal para descansar, hidratarse y, precisamente en silencio, disfrutar de los sonidos de la naturaleza. La Plaza está bordeada por cuadros con muestras de buena cantidad de las numerosas especies vegetales de la Reserva, la mayoría nativas y unas pocas exóticas.

Desde allí, el sendero corre en un espacio a cielo abierto, sin árboles en galería y sólo demarcado por las rosas mosqueta, lo que permite ver en lo alto los rapaces que reinan en el cielo: jotes, águilas y gavilanes, que planean con ojo avisor en busca de una presa o quizás simplemente porque su naturaleza es volar. La fauna del lugar incluye mamíferos como gatos monteses y jabalíes, aunque es virtualmente imposible cruzarse con alguno en la zona de turismo.

LA LARGA

La última cascada es La Larga, que cae en un sector donde la quebrada se abre y se vuelve un amplio cañón que deja ver sus paredes descubiertas de vegetación, de un fuerte amarillo ocre de terrosos estratos sedimentarios. Algunos chorros de agua de diminutos arroyuelos filtran en diversos puntos y se deshacen en el aire del precipicio frente al mirador, bajo el bosque que a la distancia forma una verde plataforma sobre el barranco.

El velo de 67 metros de altura fluye con fuerza, se despega de las paredes y rompe vertiginoso en un profundo ojo de agua, desde el que continua su curso para desembocar en el río Corinto y, mucho después, en el Futaleufú. El cañón se cubre allí de la bruma que genera esta cascada, que entre las piedras y la vegetación resalta siempre debido al blanco de su espuma.

El circuito puede demandar unas dos horas, con tiempo para la observación de la flora y la fauna, mediante una caminata de baja dificultad, pero cada uno puede tomarse el tiempo que desee para disfrutar no sólo del paisaje sino del ambiente y las sensaciones que éste le genere. Aunque el sendero es interpretativo, sólo cuenta con flechas indicadoras de la dirección a seguir y carteles con los nombres de las cascadas y su capacidad en cada mirador -en castellano e inglés-: ocho personas para La Petisa y cinco para Las Mellizas y La Larga.

El mejor horario es el último antes del cierre -entre octubre y marzo abre de 08 a 20; de abril a septiembre de 10 a 18- cuando el sol del atardecer brinda un regocijante juego de luces y sombras, tanto al dar de lleno contra los paredones como si se refleja en el agua o filtra en haces entre las hojas. Precisamente al salir de la Reserva , ya en el ocaso del día, el puesto del guardafauna, entre los árboles y junto al arroyo que salpica astillas de sol, semeja una cabaña de cuentos infantiles.- (CsM)

Gustavo Espeche ©rtiz

(Derechos reservados)

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
Pocket
WhatsApp

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *