Cronicas del Sur

Los Colorados: Paisajes, historia y arqueología en un pueblo riojano y su Reserva Provincial

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El rocoso desierto rojo reverbera con el sol a la vera de la ruta nacional 74, en La Rioja, por eso no llama la atención encontrar un cartel desteñido que anuncia la cercanía de un pueblo llamado Los Colorados. En su derredor se ven filosos bloques arcillosos, como navajas semienterradas con sus estratos oblicuos, que parecen de un tono aún más intenso en contraste con algunos bajos matorrales de un verde curiosamente fresco en esta tórrida geografía y con algunas pinceladas blancas en el suelo a raíz del salitre que brota en este desierto que alguna vez fue mar.

Pero no es el color dominante lo que hace distinto o atractivo para el turismo a este poblado,sino que conjuga paisaje, historia y leyenda, con la posibilidad de internarse entre esas geoformas de hasta 90 metros de alto, por un circuito que incluye restos arqueológicos y que lleva también a la mítica Cueva del Chacho, donde se refugiaba el legendario caudillo riojano durante sus luchas.

Los Colorados se encuentra en el departamento Independencia, a unos 22 kilómetros de su cabecera, Patquía, y cerca del cruce de las rutas nacionales 38 y 74, más precisamente en el kilómetro 33 de esta última y tras unos centenares de metros al oeste por un camino de tierra. Esa calle polvorienta desemboca en lo que sería el centro del pueblo, junto a las vías muertas del ex Ferrocarril Belgrano, que lo unían con Buenos Aires, y a lo que queda de su estación.

CSM llegó a Los Colorados a la hora de la siesta, cuando las localidades del Noroeste Argentino parecen pueblos fantasmas. Sin embargo, además de unos galgos mestizados que se acercaron con la típica hospitalidad de los perros de provincia, bajo un alero de cañas frente a la calle central -continuación del camino de tierra-, había un habitante despierto: Un joven con una computadora apoyada en un gran carrete de cables industriales vacío y convertido en mesa, que escuchaba música frente al almacén «La Flora«, que por supuesto estaba cerrado.

El muchacho aclaró que utilizaba el equipo sólo para escuchar música, ya que en el pueblo no hay conexión a internet ni líneas telefónicas o señal para celular (*). La segunda persona despierta -o al menos visible- de Los Colorados en esa tarde calurosa era Natalia, quien estaba en la vereda de enfrente, dentro de la oficina de Turismo, y esperaba a CSM para ser su guía en el paseo por el circuito turístico.

El resto de los habitantes descansaba dentro de las varias decenas de viviendas que componen el pueblo, algunas construidas con durmientes sacados de las vías y casi todas con sus gallineros y chiqueros; unos pocos caballos atados a palenques o árboles hacían su siesta de parados bajo las escasas sombras de chañares o algarrobos.

CUEVA DEL CHACHO

Por otra huella amarillenta, bordeada de cáctus, algarrobos y matas espinosas, se recorren en pocos minutos los cinco kilómetros que llevan a las formaciones de rojo intenso que se veían desde la ruta: Grandes piedras que parecen cajas apiladas, con las más pequeñas abajo a causa de la erosión que las desgasta más que a las superiores por ser de menor dureza, de tal forma que los conjuntos comienzan a tomar las típicas formas de hongos de ciertos parques de piedra.

Esas rocas presentan estratos de diferentes tiempos geológicos y las de arriba son más resistentes a la erosión del viento, en tanto las inferiores fueron desgastadas también por las aguas que corrieron en este terreno hace millones de años.

Al pie de uno de esos conjuntos hay un hueco oscuro, disimulado entre varias rocas encimadas presuntamente por algún derrumbe milenario, que penetra en la pequeña montaña y luego se eleva por su interior hasta dar a un lugar abierto en la cima, desde donde se dominan los alrededores. Es la famosa cueva en la que se refugiaba el caudillo riojano Ángel Vicente «Chacho» Peñaloza, que hoy lleva su nombre, o su sobrenombre.

Para quienes llegan por cuenta propia al lugar, frente a la cueva hay cartelería, gráficos y dibujos sobre ese sitio histórico y la vida de Peñaloza, sus lazos familiares y su participación en importantes hechos del pasado de Argentina. La guía habló de la valentía y la bonhomía del Chacho con manifiesto cariño, como si se tratara de algún bisabuelo suyo; relató cómo distribuía entre la gente lo que obtenía de sus saqueos, casi como un Robin Hood criollo, y su gesto mostró pesadumbre cuando contó de su apresamiento y decapitación.

El hueco por el cual el caudillo se introducía a su cueva está abierto y es posible trepar por él -hace falta buen estado físico y no ser muy robusto- hasta la salida superior, donde está el balcón desde el cual Peñaloza oteaba todo el valle Antinaco-Los Colorados y advertía si llegaban tropas hostiles.

Frente a la cueva, paralelas al camino, están los restos de la vía de trocha angosta del Ferrocarril Belgrano, semicubierta por la tierra arcillosa y roja, entre matorrales de jarillas, breas y cáctus enanos. Al costado persisten algunos postes del tendido del telégrafo que acompañaba entonces a las vías férreas, con los aislantes en las crucetas aunque ya sin cables.

El cierre del ferrocarril, en la década de los 90, hundió al pueblo en el olvido y la mayoría de los jóvenes comenzaron a emigrar en busca de mejores horizontes. Actualmente, según Natalia, viven en Los Colorados algo más de 60 personas distribuidas en 17 familias.

RESTOS ARQUEOLÓGICOS

El paseo continuó por un sendero natural rumbo al pueblo, junto al cual la flora del desierto presentaba un verde más fresco que el habitualmente opaco y cubierto de polvo de la región, y entre las rastreras había surgido una hierba con pequeñas flores violetas. La guía explicó que este cambio inusitado era producto de las inusuales lluvias de los meses anteriores, que alteraron la vegetación habitual.

A unos 500 metros, el trazado ferroviario se cruza con otra huella que conduce a un promontorio más bajo que el del Chacho, con varios aleros que brindaban una fresca sombra bajo el sol que castigaba impiadoso en la tarde riojana. Una comodidad que ya habrían descubierto los indígenas que poblaban la región en milenios anteriores y reposaban allí al amparo de esos aleros, en los que dejaron sus huellas en forma de dibujos y grabados de una calidad primaria, que hoy podrían equivaler a los palotes o primeras figuras de niños de jardín, pero que en su momento tendrían alto valor artístico y persisten desde hace unos 1.200 años.

Imágenes que pretenden ser geométricas y humanoideas y algunos esquemas de animales caracterizan esos petroglifos. Entre ellos se destaca el grabado plantal de los pies de un niño, que se supone correspondió a un pequeño que fue víctima de un sacrificio, tras lo cual habrá sido momificado y enterrado en una ánfora ritual, como otras que se hallaron en la zona.

Una de éstas ánforas se encuentra dentro de una vitrina en la oficina de Turismo, con restos humanos momificados acomodados en su interior. A su lado se exponen, dentro de pequeñas bolsas transparentes y herméticas, como en una morgue, partes óseas humanas halladas sueltas y clasificadas por sus nombres o partes del cuerpo a la que pertenecían, como manos, dientes, vértebras y tórax, entre otras.

Al terminar el recorrido, ya varios vecinos se han levantado de la siesta y el joven que escuchaba radio en la vereda de enfrente -aunque en Los Colorados calles y veredas conforman un solo plano polvoriento sin delimitación alguna- ya no estaba sólo, sino que compartía la improvisada mesa con otros vecinos, en espera de que abriera La Flora, para compartir unos tragos o unos mates.

El mismo recorrido turístico se puede hacer a pie, si se dispone de tiempo, protección para el sol y suficiente agua potable; o a caballo, y en este caso es posible extender la excursión a otros atractivos cercanos de la misma Reserva, como Puente Natural, Agua Dulce, Río Colorado y Agua la Sal. También se organizan cabalgatas nocturnas, ideales para cuando hay luna llena.

Los Colorados carece de servicios e infraestructura turística, al margen de la oficina de Turismo, por lo que para cualquier actividad de este tipo se debe tomar como base alguna ciudad cercana, como Patquía (*).- (CsM)

(*) Esta crónica fue escrita en base a un viaje realizado antes de la pandemia de coronavirus, por lo que ciertas condiciones del lugar pueden haber cambiado. No así lo referido al paisaje, ambiente natural, clima e historia.
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