Una tonina overa asomó su aleta negra, luego mostró su lomo blanco mientras con suaves y veloces ondas acompañaba al bote y atrajo así la atención de quienes miraban a un cormorán volar al ras del agua y también de los que contemplaban a un gaviotín suspendido sobre sus cabezas. Cuando dio un salto y todo su cuerpo brilló en el aire bajo el sol causó la primera algarabía en el bote que recorría la ría Deseado, un paraíso de la biodiversidad en la costa norte de Santa Cruz.
Pronto todos miraban también azorados las cabezas de lobos marinos de un pelo que asomaban en la superficie, los biguás y gaviotas que flotaban plácidamente y los patos vapor que salpicaban espuma al patalear en su típico despegue que les dio ese nombre. Más tarde los tendrían al alcance de la mano, o aún de las cámaras más sencillas, en las barrancas, cañadones e islas de la única ría de América del Sur.
Más de un centenar de especies avícolas habitan la ría Deseado, desde la casi omnisciente gaviota cocinera hasta la tímida y poco visible garza bruja, además de pingüinos de Magallanes, ostreros, gaviotines, palomas antárticas, patos vapor y variedades de cormoranes. Gran parte del encanto del lugar es que ya sea en el agua, el aire, islas, costas o cañadones, todas las especies continúan con su rutina sin alterarse por la presencia humana siquiera durante los desembarcos (aunque en esto influye el cuidado de los guías en el manejo del bote y sus instrucciones sobre comportamiento y control de los visitantes).
Un paseo por la ría de Puerto Deseado es entrar a un mundo de sonidos y silencios naturales, con pájaros que sobrevuelan o se zambullen y mamíferos marinos que emergen y desaparecen a cada instante en las aguas verde esmeralda de ese pedazo de mar que penetra 42 kilómetros en el continente. Los animales juegan entre ellos y algunos hasta interactuan con los visitantes, porque la ría es un área natural protegida y allí no tienen nada que temer de la gente.
EXCURSIÓN
Las excursiones, en gomones semirígidos, parten de la zona del puerto y hacen varios circuitos por esta lengua de agua salada para recorrer sus islas y cañadones, dentro de aproximadamente los primeros cinco kilómetros desde su desembocadura, que es donde se encuentra la mayor biodiversidad. El principal atractivo es la observación de la fauna, ya sea desde el bote o con desembarco en algunas costas.
Esta experiencia no se hace esperar, ya que desde la partida, son numerosas las gaviotas, especialmente cocineras aunque también australes, y gaviotines, que sobrevuelan el bote y, en una especie de juego de resistencia al viento, por momentos quedan flotando inmóviles en el aire. Otros, como los cormoranes biguá, cruzan veloces a ras del agua, y están los que se mantienen a flote y de ratos se zambullen en busca de comida y aparecen en otro punto azaroso.
La excursión en que participó CsM fue en el Drakkar, uno de los semirrígidos de la empresa de turismo y aventura Los Vikingos, cuyo embarcadero flotante está frente al centro de la ciudad. El camino elegido ese día por Claudio Temporelli, al mando de la nave, tuvo por primer objetivo el extremo sur de la boca de la ría, donde está la isla Chaffers, que con marea baja se convierte en península y queda unida al continente. Aunque en las cartas marinas siempre figura como isla, por esa característica muchos aseguran que en realidad no es una isla sino un tómbolo.
En sus costas rocosas habita una pequeña colonia de lobos marinos de un pelo, que comparten pacíficamente el espacio con blanquísimas palomas antárticas y gaviotas, que despegan y aterrizan sin cesar entre los gruesos cuerpos de los pinípedos.
En la zona de playa se puede ver parte de la colonia de pingüinos de Magallanes que alberga en su interior, de unos 15 mil nidos, lo que implica unos 30 mil ejemplares, a los que en verano se suman otros 15 mil juveniles.
Allí el bote retornó hacia el interior de la ría, para llegar a la isla Elena, cuyo atractivo es la Barranca de los Cormoranes, en la que como su nombre lo indica anidan varias familias de cormoranes de cuello negro en las cavidades de los paredones rocosos, por lo que también son llamados “roqueros”. La barranca alberga además cormoranes grises, que se caracterizan por el color del plumaje que les da el nombre y las patas de un naranja fuerte.
Los cormoranes grises son en Argentina una especie endémica de Santa Cruz, con una colonia de unas 1.200 parejas en Puerto Deseado, que es la segunda en cantidad después de la de San Julián, explicó a CsM Chantal Torlaschi, bióloga y miembro de Los Vikingos, quien integraba el equipo de tres guías de la excursión, que se completaba con Freddy Giraudi.
La experta comentó que otra variedad de cormorán es el imperial, de cabeza y lomo negro, con el pecho, el vientre y sus patas cubiertas de plumas blancas, con grandes ojos azules. Si bien éste no es característico de la Barranca de los Cormoranes, se pueden ver algunos ejemplares en ciertos puntos de la ría, como el que rato después descansaba en un pequeño balcón natural junto a una paloma antártica.
El viento corría fuerte del oeste y levantaba una fina lluvia de mar que empapaba a los que iban de la mitad hacia atrás del bote en su avance hacia el interior de la ría. El Drakkar bordeó Isla Negra lentamente, donde estuvo muy cerca de otro grupo de lobos marinos de un pelo, “que se los puede ver y oler desde el bote”, advirtió Claudio, en referencia al fuerte olor de estos otarios -similar al del pescado pero mucho más fuerte-, que pese al viento llegaba claramente a la nave.
ISLA DE LOS PÁJAROS
El plato fuerte de ese paseo es el desembarco en la Isla de los Pájaros, sobre la cual el cielo nunca parece despejado, ya que es constantemente atravesado por el vuelo de diversas especies que bajan o parten entre los matorrales. Allí el visitante puede caminar cerca o entre numerosas aves, en especial pingüinos magallánicos, que se caracterizan por el doble collar que separa el negro de su cabeza, alas y lomo del blanco del pecho y vientre.
Gran parte de la isla está cubierta de zampa, un arbusto xerófilo de ramas retorcidas en cuya copa hace su nido el cormorán biguá, que sólo reside en este lugar de la ría. Bajo esos pequeños matorrales también anidan los pingüinos de Magallanes, aunque en las zonas de escasa vegetación hacen cuevas entre las piedras del suelo sin protección alguna.
Chantal advirtió a los visitantes que allí sólo se puede caminar por la franja de guijarros de la playa, sin ingresar al sector de vegetación. La restricción obedece a que la isla está dentro del área provincial protegida y a que entre esos bajos arbustos patagónicos varias especies depositan y empollan sus huevos, especialmente los pingüinos de Magallanes.
Pero no hay que frustarse por la restricción, ya que en la franja costera el caminante se cruza constantemente con pingüinos que entran y salen del agua en grupos y puede ver de cerca ostreros negros con sus largos picos rojos buscando su alimento en el suelo, gaviotas, gaviotines y alguna paloma antártica. La guía explicó que la mejor forma de ganarse la confianza de estas especies y poder observarlas de cerca es quedarse sentado sobre las piedras hasta que se acostumbran a la presencia humana y la ignoran.
Aunque las aves están habituadas a los turistas que desembarcan a diario, siempre es necesario cumplir con las indicaciones de no tocarlas, no seguirlas si se alejan ni acosarlas para fotografiarlas, así como evitar movimientos repentinos que las puedan perturbar. Entre los cantos de las varias especies se destacaba el de los pingüinos, por su sonido particular que se asemeja a un rebuzno y que emiten estirando su cuello con el pico muy abierto hacia el cielo.
El método de permanecer quietos en el piso dio resultado y un rato después, con casi todos los visitantes ya relajados y sentados o tendidos sobre los cálidos guijarros, los pingüinos pasaban a su lado en grupos y las gaviotas y ostreros descendían también a corta distancia, como en un juego en el que si los humanos ignoran a los animales, éstos ignorarán a los humanos. La proximidad de las zampas y el declive de la playa hacia el agua protegía al grupo del viento, por lo que la situación, que incluía al tibio sol de la tarde, fue ideal para tomar un refrigerio que llevaban los guías en la lancha y también animó a algunos a armar una ronda de mate antes de emprender el regreso al puerto, en la otra margen de la ría.- (CsM)
Gustavo Espeche ©rtiz
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