La ruta cruza antiguos pueblos de estilo colonial y verdes campos de cultivo y pastoreo, entra en la húmeda yunga y desemboca en una quebrada árida de paredones rojos y curiosas geoformas antes de llegar a Cafayate. Cuando se va desde Salta a esta ciudad con viñedos de altura y un rico acervo histórico cultural, el camino se confunde con el destino en casi todo el trayecto.
Cafayate es una apacible ciudad de los Valles Calchaquíes, a 1.700 metros sobre el nivel del mar y unos 180 kilómetros al sur de la ciudad de Salta, convertida en uno de los más importantes centros turísticos de la provincia, con un microclima estable todo el año, museos y paseos arqueológicos, su famoso vino torrontés, acequias arboladas, artesanías propias y típica gastronomía. Sin embargo, su principal atractivo está fuera de su zona urbana: a lo largo de los últimos 50 kilómetros de recorrido en la Quebrada de Las Conchas, o de Cafayate, con sus paredones, barrancos y geoformas de rojo intenso, entre los cuales serpentea el camino.
VALLE DE LERMA
En los primeros 100 kilómetros desde la ciudad de Salta, la Ruta Nacional 68 atraviesa el verde Valle de Lerma y sus pequeños pueblos cargados de historia en la zona más productiva de la provincia -especialmente en lo agrícola-, como Cerrillos, La Merced, El Carril, Coronel Moldes, La Viña y Alemanía, antes de entrar a la Quebrada de Las Conchas y el Valle de Guachipas.
“Salta tiene varias capitales, la ciudad es la capital de la provincia, pero además cada pueblo es capital de algo”, comentó a CSM Juan Guantay, quien fue chofer y guía de este viaje, en referencia a los apodos de esas localidades. Por ejemplo, Cerrillos es la Capital Provincial del Carnaval; Mercedes, Capital de la Flor; Coronel Moldes, Capital Nacional del Perro Pila, y así.
Estos pueblos están a la vera o son atravesados por la ruta, totalmente asfaltada y en tramos bordeada por árboles en galerías, con suaves curvas en las que se descubren llanos con plantaciones o bajos cerros envueltos en bajas nubes y cubiertos por ese humedal de tupido sotobosque llamado yunga. CSM hizo el recorrido en un día inestable, con franjas de lluvia y tramos soleados en los que la humedad evaporada esparcía por el valle el aroma de los cultivos y la flora silvestre.
Cerrillos, a 16 kilómetros al sur de la ciudad de Salta, fue fundado en 1822, y su casco urbano se erigen entre sembradíos de tabaco, hortalizas y frutas de carozo, además de campos de pastoreo del ganado que también lo hizo productor de lácteos.
Como muchos otros pueblos de la provincia -y de Argentina en general- Cerrillos se desarrolló en torno al ferrocarril. Allí se bifurcan los ramales C13 y C14 del Belgrano Cargas, que van respectivamente a San Antonio de los Cobres y Chile por el paso cordillerano de Socompa -prolongación del trayecto del Tren a las Nubes (1)-, y a Alemanía, aunque este último ramal está fuera de servicio, como la mayoría de los tramos ferroviarios de las provincias.
Algo más hacia el sur está La Merced, cuyo nombre se originó en la radicación de los padres mercedinos en ese lugar. Todo es pintoresco en la Capital de la Flor, cuyos campos tabacaleros se alternan con plantaciones menores de alfalfa y avena y tierras en la que pasta ganado vacuno, con el fondo azulado de los cerros en el horizonte.
El próximo pueblo es El Carril, que era en la antigüedad justamente un carril que vinculaba el Valle de Lerma con los Valles Calchaquíes, y una de sus construcciones más vistosas al entrar es precisamente la antigua estación de trenes, ahora Oficina de Turismo. También es zona tabacalera y por su ubicación estratégica fue escenario de importantes batallas durante la Guerra de la Independencia. Tiene una iglesia pintoresca de estilo colonial español, aunque fue construida en 1960, y su santa patrona es Nuestra Señora de las Mercedes.
En Coronel Moldes, la siguiente localidad de esta cadena, la ruta pasa por el centro, donde hay numerosas construcciones originales de antigua arquitectura española y la Parroquia de San Bernardo, construida en el siglo XVIII. El pueblo es conocido como el “Portal del Lago Cabra Corral”, ya que desde allí parte la Ruta Provincial 47 que lleva a ese gigantesco embalse, que es otro atractivo turístico de Salta (2).
Coronel Moldes es Capital Nacional del Perro Pila, una variedad canina de los andes norteños que carece de pelos y tiene piel muy caliente, por lo que los antiguos pobladores, especialmente en la puna y Bolivia, usaban estos perros a modo de bolsa de agua caliente para mantener la temperatura en los pies al dormir.
Luego está La Viña, donde los jesuitas plantaron los primeros viñedos de la provincia y persiste el paisaje del fértil valle regado por numerosos arroyos y bordeado por yungas, con cerros bajos y envueltos en esta oportunidad en una bruma grisácea que todo lo humedecía. Su iglesia fue construida en 1830, sobre un oratorio edificado durante la colonia en 1700.
El último de estos pueblos es Alemanía, en el nacimiento del río Las Conchas, cuyas aguas marrones corren desde allí paralelas y cercanas a la ruta. Tuvo su esplendor a principios del siglo pasado, con el crecimiento del ferrocarril, y precisamente su nombre rinde homenaje a los obreros alemanes que trabajaron en el trazado del corredor C13 de la línea Belgrano.
Con la Primera Guerra Mundial se pararon las obras y comenzó una decadencia que lo llevó a ser hoy un paraje con una decena de familias residentes, sin plaza y con un único acceso que es el puente ferroviario sobre el río. Desde la altura de la ruta, se destaca la ex estación del tren, en tanto el caserío de techos rojizos parece a punto de desaparecer entre la tupida vegetación, que es la última que se ve en abundancia hasta Cafayate.
A partir de allí la ruta deja este fértil valle donde se asienta el grueso de la población salteña e ingresa a la Quebrada de Las Conchas, en el Valle de Guachipas, donde no hay poblaciones en los siguientes 80 kilómetros.
QUEBRADA DE LAS CONCHAS
Después de Alemanía, la ruta se eleva en una tenue loma y tras una curva comienza a descender y el paisaje cambia, de manera casi abrupta. La niebla y el manto de nubes bajas de la yunga desparece, lo mismo que el bosque pedemontano, y el terreno se torna seco y de rocas peladas y rojizas con franjas terracota, con sólo unos pocos y bajos matorrales verdosos. El cielo era cruzado por unas rápidas e hinchadas nubes altas y oscuras, a veces amarillentas a veces azuladas, que trasladaban sus manchones sobre los diversos colores y relieves de la montaña, como en un juego de sombras en una jornada especial, porque lo normal es que esté despejado sobre la Quebrada de Las Conchas, según Guantay.
Altos paredones con estratos sedimentarios y afloramientos rocosos se elevan sobre la izquierda, mientras a la derecha el río ocupa una angosta franja de la ancha quebrada. Pronto aparece el primer atractivo oficial, las Casas Enterradas, según indica un cartel cercano a unos restos de tradicionales casas de adobe que sobresalen del suelo entre el camino y el río. El guía contó que hace unos cien años fueron tapadas por un alud de barro que bajó de la montaña cuando no estaban sus moradores y las ruinas se mantienen en pie desde entonces.
Luego, sobre la izquierda sigue la Garganta del Diablo, un embudo de varias decenas de metros en subida, rojo y semejante a una faringe gigante, con escalones naturales en los que todos se sienten montañistas. Las paredes son de rocas sedimentarias de unos 90 millones de años, pero el piso, de material más duro, tiene unos 500 millones, de acuerdo a un cartel en la entrada.
A poco menos de un kilómetro más adelante está El Anfiteatro, de similar antigüedad y también formado por rocas que fueron erosionadas por el viento y, antes aún, por el agua de ríos y cataratas que existieron tras retirarse el mar de ese valle.
Es un inmenso patio interno descubierto, semioval de varias decenas de metros de largo, con paredes de un centenar de metros de altura con los estratos curvados de forma caprichosa por la naturaleza, al que se entra por una estrecha abertura. Tiene una especial acústica que se puede comprobar gracias a intérpretes espontáneos del lugar, quienes sacan melodías de instrumentos autóctonos como sikuris y quenas para placer del turista y a la espera de una propina.
La siguiente parada obligada es en el mirador de Tres Cruces, un promontorio sobre la derecha que ofrece una visión panorámica de la quebrada con toda su policromía, con la ruta que corre en cornisa contra los altos paredones rojizos, el angosto río bordeado de arenas amarillas y cerros azulados al fondo, con un techo de nubes blancas y azul oscuro en franja, contra espacios de cielo celeste.
Después aparece El Sapo, con su decena de metros de altura a la derecha del camino y cada vez más cerca de la barranca. En realidad es la barranca la que se aproxima a la figura cada año, con la erosión de las crecientes del río en verano, que obligan a “correr” la ruta, por lo que las autoridades comenzaron a colocar defensas para frenar el avance del cauce y evitar el derrumbe de esta figura y las repetidas obras viales.
Luego le siguen El Fraile y El Obelisco, apodo generoso éste -al menos desde el punto de vista porteño- para una roca baja y cónica, casi piramidal. Sobre la otra orilla está El Mochilero, una roca rosada antropomórfica que a la distancia semeja a un hombre escalando la montaña con una mochila en su espalda.
Unos tres kilómetros después y al otro lado del río surge un impresionante bloque rojizo, que visto de perfil parece un buque remontando olas, pero al avanzar y verlo de frente, desde el sur, se justifica su nombre: Los Castillos. Los relieves de su superficie, con recovecos oscuros y estratos de diversas tonalidades dibujan ventanas, columnas y torres palaciegas.
En un badén, el cauce seco de un río tienta a salir de la ruta y remontarlo por la arena blanda hasta que el asfalto se pierde a las espaldas y el rojo se alterna con amarillos, violetas, blancos y azules, en contraste con el cielo claro y algunas rápidas y blancas nubes.
Allí están las famosas Ventana Chica y Ventana Grande, a las que se puede acceder mediante una rápida trepada y, a través de esta última contemplar el panorama a ambos lados: para algunos es una vista superior a la de Tres Cruces, y también más exclusiva, porque es menos visitada debido a su distancia del camino y a la necesidad del mencionado ascenso por la roca terrosa.
No todos los turistas quieren abandonar el coche y esforzarse en una caminata por la roja y gruesa arena bajo el sol, pero quien se atreva a hacerlo y perderse entre los laberintos del valle podrá hallar muchas más figuras que las famosas mencionadas y, con un poco de imaginación, darse el gusto de bautizarlas a su antojo.
Los vientos pueden ser fuertes en la zona y a veces los colores quedan opacados por polvaredas arenosas o, en algunos casos, esporádicas lluvias de pequeñas gotas muy frías, que también se irán pronto con el mismo viento y todo quedará nuevamente despejado.
En los últimos kilómetros por el Valle de Guachipas, cuando se acaba el camino de zigzags y las curvas son amplias y previsibles, una presencia constante es el cerro El Zorrito, siempre con una bufanda de nubes blancas apoyadas en sus laderas azul oscuro.
Después de Los Médanos, un espacio de gran acumulación de arena blanca y fina con bajas crestas que parecen extenderse hasta el horizonte, se entra en el cinturón de verdes viñedos donde se percibe nuevamente la humedad en el aire y, tras una última curva, la ruta, ya bordeada de álamos, enfila hacia Cafayate
Su centro urbano está cada vez más dedicado al turismo, con numerosos hoteles de variada categoría y hostels, casas de artesanías que mezclan souveniers con indumentaria e implementos de campo, restoranes de comidas típicas y otros que ofrecen platos estándard y picadas, en las que no falta el hereje que pide cerveza en la tierra del torrontés por excelencia.
Quienes añoran la pasividad que hizo famosa a esta ciudad de los Valles Calchaquíes tienen como opción los cascos de estancias o bodegas convertidos en hospedajes de categoría y personalizados, lo mismo que los hoteles boutiques, un novedoso estilo de lujo en el que Argentina está a la vanguardia en Latinoamérica, y que tambien tiene sus exponentes en Cafayate.
Tras descansar en la ciudad y recorrer sus atractivos urbanos y alrededores, la Quebrada ofrece una opción nocturna para culminar la jornada: paseos bajo la luna -a pie o en cabalgatas- cuando el cielo está despejado, especialmente por Los Médanos. En esa zona, los sedimentos tienen una composición de mica calcárea que refleja la claridad lunar y parece iluminar la noche desde el suelo. Nuevamente el destino está en el camino.- (CSM)
Gustavo Espeche ©rtiz
(Derechos reservados)
(1) Ver en este portal «Tren a las Nubes: Un viaje por paisajes, sensaciones y el tiempo«: https://cronicasdelsur.com/tren-a-las-nubes/
y «Tren a las Nubes reducido en 2016«: https://cronicasdelsur.com/tren-las-nubes-reducido/
(2) Ver en este portal «Cabra Corral: Adrenalina, relax y diversión«: https://cronicasdelsur.com/cabra-corral/
Un comentario
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