Cronicas del Sur

La colonia de Penachos Amarillos de Isla Pingüino

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Sus cejas y penachos amarillos, que contrastan con las plumas renegridas y erizadas de la cabeza y sus ojos rojo rubí, los diferencian de todos los otros pingüinos. Llegan en octubre y se van en marzo de su única colonia continental: Isla Pingüino, en la Patagonia argentina.

Más de un millar de pingüinos de penacho amarillo llega cada primavera a esta colonia -aunque este año el número va en aumento- que por estar a pocos kilómetros de la costa se la considera  continental. Primero arriban sólo los machos, que arman el nido para esperar a sus hembras, que llegan unas dos semanas después, para luego empollar en pareja sus dos huevos anuales, de los cuales normalmente sólo sobrevive un pichón, ya que los padres atienden únicamente al de mayor tamaño.

Estos palmípedos son el principal atractivo turístico de la comuna de Puerto Deseado, en la costa norte de Santa Cruz, por lo que el arribo de los primeros ejemplares a la isla es siempre recibida con beneplácito por la población y autoridades, que con ello dan por iniciada su temporada de avistamiento. CsM participó del avistamiento inaugural en la Isla Pingüino, un trozo de piedra pelada con un faro, a 21 kilómetros de la ciudad, que alberga una nutrida fauna marina patagónica.

EL VIAJE

El viaje se hizo en un bote semirígido de Darwin Expediciones, al mando de sus titulares, Javier Fernández y Ricardo Pérez, dos expertos guías de turismo y reconocidos capitanes.  La excursión -igual a la que ofrecen al turismo- tuvo varios condimentos durante sus trayectos marinos, como el acompañamiento por parte de toninas overas y lobos marinos desde la partida, en las mansas aguas verde esmeralda de la ría Deseado -la única de Sudamérica- y el avistamiento de la colonia de pingüinos de la isla Chaffers, donde empieza el mar abierto. Si bien en las cartas marinas figura como isla, Chaffers es en realidad un tómbolo, es decir una península que se convierte en isla cuando el istmo es tapado por el agua con la marea alta.

Al entrar en mar abierto se suman a la escolta las infaltables gaviotas cocineras de toda la costa patagónica, además de su variedad austral, cormoranes, petreles y algunos albatros gigantes, éstos con sus más de tres metros de envergadura. El mar estaba tranquilo y el bote, impulsado por un motor de 300 caballos, rompía fácilmente las olas y pronto, en el horizonte, surgió la figura de Isla Pingüino, como una colina gris azulada con el faro apuntando al cielo desde su cima.

Tras casi una hora de navegación, el bote llegó a destino, pero los guías dieron primero una vuelta en torno a Isla Blanca, para permitir el cercano avistaje de una colonia de lobos marinos de un pelo, con unos 2.000 ejemplares. Desde lejos se percibía su fuerte e inconfundible olor que hacía arrugar más de una nariz entre el pasaje y, ya a una decena de metros de la costa, sobre las rocas se veían las grandes figuras de los machos adultos, de piel oscura y con una gruesa melena, acompañados de sus harenes de hembras más chicas y de piel clara, además de pequeños juveniles.

Al arrimarse el bote a la isla, muchos lobos se desplazaron apurados hacia el agua como buscando refugio, como en un reflejo de memoria genética de la época en que eran cazados por marinos ingleses, holandeses y españoles que se disputaban el dominio del Atlántico sur y se alimentaban con su carne y comercializaban su grasa desde este archipiélago. Los “sultanes” permanecían en tierra emitiendo rugidos a sus pares y exhibiendo amenazadores colmillos en defensa de su territorio y su harén.

DESEMBARCO

Isla Pingüino no tiene amarradero, por lo que el desembarco es puro turismo aventura, ya que un tripulante -en este caso Javier- debió saltar a una piedra de la costa y mantener el bote sostenido por un cabo, y cuando el vaivén de las olas lo permitía los pasajeros debían dar un salto a tierra firme. El éxito del desembarco dependía también de la pericia de Ricardo, quien desde el timón mantenía la proa lo más cerca de la roca pero evitaba que golpeara, y de los reflejos de los visitantes para dar el paso en el momento preciso.

Nunca tuvimos una caída al agua”, aseguró a CsM Javier, quien después alejó el bote un centenar de metros de la costa, lo amarró a una boya y retornó a la isla remando en un kayak.

El desembarco fue en la cara norte de la isla, sobre una colina que parecía tomada por pingüinos de Magallanes que teñían de blanco y negro el suelo y deambulaban en grupos o yacían empollando en sus cuevas, indiferentes a la presencia de los humanos, quienes siempre deben evitar molestarlos, especialmente por tratarse de un área protegida.

Después de ver durante varios días pingüinos magallánicos en diversos puntos de la ría, y ante la ansiedad por hallar a los de penacho, también fue escasa la atención que los humanos prestaron a la colonia de esta especie. En su mayor momento -cuando están todas las parejas más los juveniles- los magallánicos llegan a ser unos 40 mil en la isla, lo que es unas diez veces más que la colonia de penachos amarillos.

La caminata siguió bajo el sobrevuelo de variadas aves marinas, en especial unos gordos skuas que se adueñaban del cielo de la isla, y pasó junto al antiguo faro rojo descolorido, construido hasta la mitad de ladrillos y la parte superior de metal, que tras décadas inactivo ahora sigue abandonado en lo edilicio pero funciona con paneles de energía solar.
Junto al faro hay restos de la factoría lobera de la Real Compañía Marítima española que funcionó hasta fines del siglo XVIII, entre ellos parte de una caldera en la que hervían los lobos para extraer la grasa.

La línea costera continental está unos 3 kilómetros hacia el oeste, detrás de la cercana Isla Chata, donde se encuentra la colonia de cormoranes imperiales más grande del continente, con unos 12 mil nidos para casales. Allí también funcionó una compañía guanera que comercializaba el excremento de estas aves, que era muy requerido en Europa como fertilizante hasta que descubrieron cómo hacerlo en forma artificial.

LOS PENACHOS

Desde el faro, que está en la parte más alta de la isla, el descenso hacia el sudoeste lleva a unos cañadones escarpados de piedra rojiza teñida parcialmente de blanco por el guano de las aves, entre cuyas rocas y grietas aparecieron, casi de repente, centenares de pingüinos penacho amarillo.
Son más pequeños que los de Magallanes, y su peso promedio de 2,5 kilogramos es la mitad del de éstos, pero de manera similar a los humanos de baja estatura, mantienen una postura más erguida, como sacando pecho, en tanto los penachos erizados y la penetrante mirada de sus ojos rojos les dan un aspecto desafiante y enérgico.

Si bien son más agresivos entre ellos que los magallánicos -o quizás por eso-, a diferencia de éstos no se alejan de los humanos y, despreocupados de la presencia de visitantes continuaban con sus actividades, lo que permitía una muy cercana observación.

La mayoría armaba sus nidos con piedras, plumas y restos de la poca vegetación de la isla, mientras otros sólo permanecían parados marcando con celo su territorio y amenazando con el pico y sus diminutas alas devenidas en aletas a los que se acercaran.

Si alguno osaba pisar el espacio de otro o intentaba entrar en su nido se oían fuertes chillidos y se generaban duras peleas, a tal punto que había ejemplares con manchas de sangre en su pecho blanco o penachos, o con la cabeza y ojos lastimados y sangrantes.

La isla, que está dentro del nuevo Parque Interjurisdiccional Isla Pingüino -administrado por la provincia y Parques Nacionales-, no tiene aún senderos peatonales, por lo que es posible llegar muy cerca de estos animales -tanto como el guía lo autorice, aunque sin tocarlos- o hasta quedar rodeado por ellos y permanecer horas sin que se inmuten.

Esta posibilidad de observación desde adentro de la colonia es irrepetible en otro punto continental -ya que las otras colonias están en las islas Malvinas y en la Antártida– y puede extenderse un par de horas largas antes de iniciar el retorno al bote, porque la excursión dura unas siete horas. Con la llegada de las hembras, suman este año unas 1.800 parejas, a las que luego se sumará el retoño de cada una y, en diciembre, más de 500 juveniles, que sólo recalan en la isla para el cambio de plumaje. Pasado el verano, todos se harán nuevamente a la mar hasta la próxima temporada.

Aunque las colonias de ambas variedades de pingüinos se ubican en caras opuestas de la isla, no hay enfrentamientos entre ellas. Los magallánicos, que son muy paseanderos, atraviesan a veces en grupos el sector de los de penacho sin ninguna interacción entre ambos, lo mismo que ocurre con las otras especies de aves del lugar cuando están en tierra.

Al regreso, luego de subir nuevamente hasta el faro es recomendable descender por el este para ver una pequeña colonia de lobos machos entre grandes rocas de una bahía, rodeados de gaviotas, palomas antárticas, ostreros, gaviotines y otras aves voladoras. Se trata de machos adultos, cuyas melenas están amarillentas en una semejanza con las canas humanas, que por su edad ya no pueden tener harenes y se mantienen en la isla, alejados de los de Isla Blanca.

El paseo fue bajo un sol radiante, pero los fuertes vientos patagónicos hacen cambiar el clima en pocos minutos, y así fue que el retorno tuvo un marco gris y lluvioso, con el mar algo picado.

El motor rugía con fuerza y algunos cormoranes levantaban vuelo frente a la proa mientras grandes petreles volaban a mayor velocidad que la nave, inclinados sobre un lado y con el borde de una de sus alas rozando el agua a lo largo de decenas de metros en un vuelo digno de admiración por la virtud que la naturaleza pone en ciertos animales.

El cambio en el clima no permitió recorrer otros islotes de este archipiélago del Parque Interjurisdiccional en los que pueden verse más apostaderos de lobos de un pelo y elefantes marinos, que son las focas más grandes del mundo.

El bote se sacudía y se elevaba con las olas y parecía despegarse de la superficie para caer y golpear de plano sobre el agua como una fuerte palmada. Hubo saltos pero no sobresaltos y pronto ingresó a las aguas tranquilas de la ría, hasta llegar al puerto.

Penacho amarillo con pichón.La colonia de pingüinos de penacho amarillo fue descubierta en 1985 por un vecino de Puerto Deseado mientras intentaba hallar un cañón de la corbeta inglesa Swift, que naufragó en 1770 en esa zona costera.  Se trata de Marcos Oliva Day, quien hasta su reciente deceso dirigía la fundación de defensa del patrimonio cultural y natural Cuidando Nuestra Casa.

Tras esa excursión inaugural de la temporada, CsM tuvo oportunidad de conversar con Oliva Day sobre su descubrimiento, en la sede de su fundación. Allí  contó que debido a que el naufragio de  la Swift ocurrió entre Isla Pingüino y la costa continental, su expedición acampó en la isla y fue en esa circunstancia que se sorprendió al ver que en el lugar nidificaban varios cientos de estos pingüinos, cuyo número fue en aumento con el correr de los años.

Desde entonces, el avistamiento de pingüinos de penacho amarillo se convirtió el atractivo turístico destacado de Puerto Deseado, cuyas autoridades adoptaron a este animal como mascota y diseñaron el logo “Penachito” (una caricatura del mismo) como identificatorio de esta ciudad patagónica de unos 20 mil habitantes, ubicada a 2.050 kilómetros al sur de la Ciudad de Buenos Aires y a 120 de la Ruta Nacional 3.

Tanto sus autoridades como prestadores turísticos, en particular los que ofrecen estas excursiones, comentaron a CsM que mantienen la esperanza de que el plan de manejo para la isla en el marco de su categoría de parque interjurisdiccional -aún en elaboración- contemple la instalación de senderos peatonales, cartelería, guardaparques fijos y la restauración de los espacios históricos, entre ellos el faro, además de la construcción de un muelle o amarradero para los botes con turistas.- (CsM)

 Gustavo Espeche ©rtiz

 (Derechos reservados)

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