Detrás del turismo sexual
Algunos países ofrecen el sexo como un atractivo para el turismo que reporta unos beneficios económicos astronómicos solo para unos pocos. Pero el turismo sexual es un dinamizador económico que esconde muchos problemas: pobreza, esclavitud, violencia de género, tráfico de personas… A pesar de esto, viajar con el fin de mantener relaciones sexuales, especialmente hacia países en vías de desarrollo, se ha convertido en algo más común de lo que podemos imaginar.
A lo largo de las últimas décadas, el número de turistas ha aumentado continuamente, lo que ha hecho del turismo un sector económico en rápido crecimiento. En la actualidad, es el tercer sector en exportaciones, por detrás de los productos químicos y combustibles, pero por delante de los automóviles, y representa el 10% del PIB mundial. Pero que esto revierta en la competitividad de las economías de los países de destino y de sus habitantes depende del modelo turístico ofrecido.
Más allá del turismo cultural, de ocio o de negocios, existe un sector dedicado al turismo sexual, viajes organizados en los que se facilitan relaciones sexuales entre turistas y personas de los países de destino. El sexo representa uno de los motivos por los que millones de personas viajan; cada año unos 250.000 turistas viajan al extranjero para tener relaciones sexuales con menores, pero también existen modalidades legales de turismo sexual: el turismo libertino, lugares de sexo en público, el intercambio de parejas, las orgías en hoteles y los cruceros del amor son ejemplos de formas legales de turismo que tienen como motivo principal el sexo. Constituye una importante rama del sector turístico que cuenta con agencias especializadas y comisiones para taxistas o recepcionistas de hotel, que acaban ejerciendo de proxenetas al facilitar los encuentros.
El turismo sexual ilegal reporta, junto con el tráfico de personas, más de 30.000 millones de dólares estadounidenses de beneficios anuales y ambos figuran en la lista de los mayores sectores económicos ilegales, solo por detrás del tráfico de drogas y el comercio de armas. Las objeciones a este sector se deben a su vinculación con tres formas de explotación sexual: la prostitución, la pornografía y el tráfico de personas por motivos sexuales, incluidos menores.
A pesar de que no es algo que consuman únicamente hombres heterosexuales, la realidad es que gran parte de los clientes lo son, mientras que la prostitución la ejercen mayoritariamente mujeres adultas. Pero no son solo mujeres quienes se prostituyen o son víctimas del trabajo sexual y del tráfico de personas; también hay hombres adultos y, sobre todo, menores de ambos sexos —en torno a 1,2 millones—. Las cifras de víctimas se incrementan, en parte, con el aumento del turismo, que incluye también el sexual. A su vez, la pornografía tiene una clara conexión con el tráfico de personas —ya que las redes de tráfico utilizan a sus víctimas para crear contenido sexual que puede ser consumido en todo el mundo— y con los turistas sexuales, quienes comparten en la red sus experiencias —legales e ilegales—.
Para ampliar: “Child sex tourism fueled by cheap travel, technology – experts”, Anastasia Moloney en Reuters, 2018
Entre los destinos principales para los que buscan sexo durante sus viajes están República Dominicana, Tailandia, Camboya, Países Bajos, España, Brasil y Filipinas. Por su lado, países como India, Indonesia o Kenia son una llamada para aquellos que buscan mantener relaciones sexuales con menores, mientras que Gambia o Jamaica entran en la lista de los destinos favoritos para occidentales —hombres y mujeres— en busca de relaciones sexuales con personas del sexo opuesto. En algunos de estos países, aunque con matices, la prostitución es legal; en otros, la edad de consentimiento se sitúa por debajo de los 16 años, pero el hecho de que sean los destinos más buscados evidencia que en cualquier caso existe en ellos cierta tolerancia frente a estas prácticas.
Viajar por sexo
En 2014, unos días antes de que empezara el Mundial de Fútbol en Brasil, apareció en São Paulo un cartel publicitario de un hotel en el que se intuía a una mujer practicando sexo oral a un futbolista con el rótulo “Donde tus fantasías se hacen realidad”. Publicitar, aunque sea insinuando, el sexo como atractivo de un país refleja la incidencia del turismo sexual en su economía. Son muchos los que, al planear un viaje, consultan cuáles son los mejores bares para encontrar a personas dispuestas a mantener relaciones sexuales a cambio de dinero o de algún regalo material —ya sean unas copas o productos más caros—. Gracias a internet, es posible informarse en blogs sobre experiencias de viajeros con la prostitución en Bangkok o encontrar guías para conocer camboyanas pensadas para hombres heterosexuales que viajan a Nom Pen. Una vez en Bangkok, Nom Pen, Río de Janeiro, Bombay o Negril, los intermediarios se acercarán a las personas que viajan en busca de sexo —y a aquellas que no— para facilitarles toda la información y servicios a cambio de un sobresueldo.
El sexo está ampliamente reconocido como una parte más de la experiencia turística; la mayoría espera practicar más sexo durante las vacaciones. Pero ¿quiénes viajan solo por el sexo y son capaces de pagar para conseguirlo? Suele tratarse, generalmente, de hombres que viajan de un país más desarrollado económicamente a uno más pobre, pero el patrón del hombre blanco, heterosexual, de mediana edad y casado en busca de sexo en países exóticos está cambiando. El incremento de la clase media en China, por ejemplo, hace que la mayoría de los turistas sexuales que llegan a Tailandia buscando sexo con adultos o menores sean hombres chinos que encuentran fácilmente burdeles en los puntos fronterizos cercanos a su país. En Camboya, en cambio, suelen ser empresarios o ejecutivos chinos que viven allí durante períodos largos o bien japoneses o surcoreanos en busca de vírgenes. También buscan este tipo de viajes jóvenes de todo el mundo que celebran así el fin de su carrera universitaria u otros ritos de paso.
Las personas homosexuales —sobre todo los hombres— suelen sentirse atraídas por destinos con la etiqueta de gay-friendly, espacios seguros donde pueden mostrar su sexualidad sin temer el rechazo o incluso la persecución por parte de las autoridades, lo que no significa necesariamente que el sexo sea el motivo principal de su viaje. Entre los hombres que se identifican como heterosexuales, en cambio, no faltan quienes buscan romper la rutina o cumplir fantasías manteniendo relaciones esporádicas con personas de su mismo sexo, menores incluidos.
Entre los viajeros que practican sexo con menores, encontramos personas de clase media que viajan por placer o por negocios, trabajadores migrantes, volunturistas y turistas nacionales; pueden ser personas de mediana edad, jóvenes o hasta otros menores de edad. Cabe señalar que no suelen ser pedófilos; se los considera abusadores situacionales, ya que probablemente no habían imaginado practicar sexo con menores hasta que tienen la oportunidad de hacerlo sin consecuencias para ellos.
Para ampliar: “Global study on sexual exploitation of children travel and tourism”, Angela Hawke y Alison Raphael en ECPAT, 2016
¿Por qué viajan al extranjero? ¿No existe la prostitución en sus países de partida? De Ibiza a Ámsterdam, pasando por el municipio limítrofe catalán de La Junquera, es fácil encontrar ciudades atractivas para los turistas sexuales, pero en Brasil, Tailandia o India, adonde los vuelos son cada vez más económicos, además del exotismo, parece que hay cierta tolerancia de las autoridades frente a la prostitución infantil, los precios son más bajos y los clientes gozan de más privacidad, por lo que pueden exhibir conductas que en su país de origen no tendrían.
Siendo un sector económico que a menudo presenta conexiones con actividades económicas ilegales, como la prostitución y la trata de personas, es difícil encontrar datos detallados referidos a los turistas sexuales, pero es sorprendente descubrir, por ejemplo, que el 40% de los turistas estadounidenses que viajan a Filipinas lo hacen buscando sexo. Con estos datos, no es de extrañar que existan agencias de viajes especializadas, aunque sea complicado identificarlas. En Nueva York, por ejemplo, operó hasta 2010 la agencia Big Apple Oriental Tours, dedicada —bajo el eslogan “¡Tantas chicas y tan poco tiempo! Tu guía a aventuras románticas en Tailandia”— a organizar viajes de turismo sexual a Tailandia y Filipinas.
Más allá de las consecuencias para las víctimas, en muchos casos víctimas asimismo del tráfico de personas y de redes de prostitución, los turistas sexuales también pueden sufrir consecuencias negativas, que van desde los robos hasta la contracción de enfermedades, ya que algunos aprovechan para practicar conductas que no tendrían en su país de origen, como la penetración sin preservativo —puede que por eso algunos elijan abusar de menores, creyendo que es menos probable la transmisión de virus como el VIH—, lo cual puede tener efectos asimismo en personas de su entorno, particularmente parejas sexuales. Además, no todas las personas pueden escapar de las autoridades, aunque a menudo hagan la vista gorda; sobre todo en el caso de abuso de menores, pueden llevar a penas de cárcel o sanciones elevadas.
Sin alternativa
Por su propia demanda, la prostitución es necesaria para mantener las dinámicas de este tipo de turismo. En la Historia reciente encontramos un ejemplo claro: desde Filipinas hasta el norte de la China, las llamadas mujeres de consuelo empezaron a ser explotadas durante la guerra del Pacífico. Su función era satisfacer a los soldados japoneses que llegaban a sus tierras después de horas luchando o viajando. En la actualidad, una gran parte de las víctimas de la prostitución —incluidos menores de edad— son explotadas sexualmente para complacer los deseos de los turistas. Con ello se mantienen las relaciones de subordinación, los abusos y la violencia hacia las víctimas de las redes de prostitución, a las que entran, generalmente, contra su voluntad.
Para ampliar: “Las mujeres de consuelo y la lucha por la memoria en el Este Asiático”, Diego Mourelle en El Orden Mundial, 2016
Hoy en día, cuando pensamos en la prostitución como atractivo turístico, se nos viene a la mente lo que pueden esconder los centros que ofrecen masajes “con final feliz”, los espectáculos de ping-pong de Khao San, en Bangkok, o los chiringuitos de playa de algunos países del Caribe, pero la industria está mucho más diversificada. Solamente en la ciudad de Pattaya (Tailandia) —que recibe más de un millón de turistas al año— se calcula que hay unas 27.000 personas dedicadas a la prostitución. En Filipinas hay entre 60.000 y 100.000 menores víctimas del tráfico de personas, muchas de ellas con el fin de explotarlas sexualmente; en México son entre 16.000 y 70.000, la mayoría en zonas fronterizas. En India la explotación sexual de menores no es un problema tan visibilizado como en otros países del sudeste asiático, pero en el segundo país más poblado del mundo cuatro menores sufren abusos cada hora. En las ciudades del sur de África la media de edad de los menores explotados es de 14 años y en Sri Lanka unos 5.000 menores de entre 10 y 18 años se encuentran explotados en zonas turísticas.
Para ampliar: “Sex tourism in Kenya: an analytical review”, Kempe Ronald Hope, 2013
En Fortaleza, cerca de Río de Janeiro, miles de personas son explotadas sexualmente. Algunas tienen incluso 10 años y, a pesar de que en los hoteles de la ciudad hay que pagar una tasa de unos 30 euros al cambio para subir acompañantes después de comprobar que es mayor de 21 años, es evidente que no habría menores explotados si no hubiera una demanda. En el barrio rojo de Bombay es fácil encontrar burdeles donde hay niñas explotadas, llegadas a la ciudad desde distintos puntos del país o desde Nepal, algunas vendidas a los traficantes por sus propias familias.
Las ciudades costeras de Kenia se están convirtiendo en uno de los destinos favoritos para aquellos que quieren practicar sexo con menores. Entre las familias con pocos recursos, comercializar con la sexualidad de sus hijos se entiende como una alternativa, hasta el extremo de que el 30% de las chicas de entre 12 y 18 de las zonas costeras del país están explotadas sexualmente de alguna forma. En Camboya una de cada cuatro personas dedicadas a la prostitución es menor de edad —muchos de ellos niños varones—; existen incluso niñas de cinco años vendidas a redes de tráfico de personas y prostitución, mientras que las mujeres jóvenes —algunas llegadas de Vietnam— deciden trabajar como prostitutas para mantener a sus familias y a veces son enviadas a la vecina Tailandia, destino sexual por excelencia.
Algunas de las víctimas pertenecen a redes que ya captaron a sus madres. Tanto si es así como si no, la pobreza y la inseguridad económica hacen que la explotación sexual sea una forma para conseguir ingresos. En algunos casos, la propia familia vende a los menores a redes de tráfico —algunos engañados con falsas promesas de los traficantes, otros conociendo el infierno que vivirán—, muestra de la debilidad de las estructuras familiares o una ausencia de cuidados. La pobreza en todas sus vertientes —económica, educativa, de vivienda, sanitaria, cultural, etc.— acaba siendo el denominador común de los menores víctimas de la explotación sexual, algo que puede trasladarse también a las personas adultas.
Para ampliar: “La trata de mujeres: esclavitud en el siglo XXI”, Luis Martínez en El Orden Mundial, 2018
No mirar a otro lado
Parte de la prostitución —también infantil— se mantiene por el turismo sexual. Se calcula que 4,8 millones de víctimas están explotadas sexualmente con fines comerciales, pero ¿cómo separar la prostitución de aquella que solo se mantiene por el turismo? Este sector genera beneficios económicos astronómicos —que llegan también a restaurantes, hoteles, bares y taxistas—, lo que refleja dos aspectos destacables.
En primer lugar, ya que la causa principal por la que las víctimas se dedican a ofrecer sexo a los turistas es la pobreza, para poder debilitarla en todas sus dimensiones hacen falta instituciones fuertes que sean capaces de liderar programas que disminuyan la pobreza y mejoren la calidad de vida de todos los ciudadanos. En cuanto a las redes de explotación sexual, hay distintos métodos para debilitarlas. Perseguirlas activamente es complicado por los beneficios económicos que reportan y por la corrupción endémica en países como Tailandia o Brasil, que permite que las autoridades hagan la vista gorda. Es importante dejar de culpabilizar a las víctimas del tráfico y sancionar a las redes que las controlan y a quienes utilizan sus servicios, aunque lo hayan hecho en un país extranjero.
Otra vía podría ser la regulación de la prostitución tomando la vía de la prohibición o de la legalización. La legalización suele fomentar el tráfico de personas, ya que las víctimas son enviadas a los países donde hay más clientes dispuestos a pagar por sexo, pero ¿la demanda aumenta o disminuye según si se criminaliza o no la prostitución? Teniendo en cuenta que entre los principales destinos se encuentran Tailandia, donde la prostitución es ilegal, y Países Bajos, donde es legal, parece que no existe una correlación clara.
En segundo lugar, esta situación refleja la desigualdad entre hombres y mujeres. Si bien es cierto que hay mujeres que viajan por sexo y que también hay víctimas varones, la mayoría de las víctimas son niñas o mujeres, mientras que los turistas sexuales suelen ser hombres que se sienten superiores cuando viajan a países en vías de desarrollo. La mayoría de las mujeres que se dedican a la prostitución lo hacen porque no encuentran otra alternativa y utilizarlas como objeto sexual mantiene patrones que pueden llevar durante estos viajes —pero también en sus casas— a conductas violentas contra ellas.
Para ampliar: “Rumbo al sur: el turismo sexual de las mujeres”, Inés Lucía en El Orden Mundial, 2018
Frente a estos patrones, algunos señalan a los robots como alternativa. Por un precio de 7.000 a 9.000 dólares, Roxxxy intentará satisfacer los deseos sexuales de, generalmente, hombres heterosexuales, pero esto no resuelve el problema que esconde su necesidad para satisfacer a toda costa los deseos sexuales de sus usuarios. Es necesario educar en la igualdad y trabajar por eliminar los patrones de subordinación o sumisión no deseada y la idea de que en países menos desarrollados económicamente se puede hacer lo intolerable, como abusar de menores. Solo con un compromiso activo es posible evitar las consecuencias de una actividad que, incluso cuando es legal, suele esconder importantes problemas sociales.