Las muestras recolectadas fueron registradas y rotuladas e identificada cada una con su respectivo punto de recolección y los números de parcela y de transecta correspondientes. Al respecto, una fuente de Comunicaciones y Relaciones Institucionales de la APN explicó a CSM que las 41 muestras mencionadas no indican que se trate de igual cantidad de tarucas, ya que algunas «pueden pertenecer a un mismo individuo«.
Sobre la metodología para este trabajo, establecida hace cinco años por la Dirección de Fauna Silvestre y Conservación de la Biodiversidad del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable, precisó que «se realiza la colecta de muestras, que incluyen heces, pelo, restos de individuos muertos y toma fotográfica de huellas. Cada hallazgo se registra bajo un protocolo individual que contempla el registro del lugar y la colecta con los métodos de asepsia adecuados para el caso«.
«Las muestras recolectadas -continuó- son enviadas a la Dirección de Fauna de la Nación, quien se encarga de realizar estudios de ADN«, que podrán determinar características de la población en cuanto a sexo, edad, estado de salud y cantidad de ejemplares. «El muestreo se realiza sobre transectas previamente delimitadas que abarcan una superficie de aproximadamente 4.000 hectáreas«, precisó.
ESPECIES EN RIESGO
La taruca (Hippocamelus antisensis) fue declarada Monumento Natural Nacional por el Congreso de la Nación en 1996, lo mismo que el huemul del sur, otro cérvido también en peligro de extinción. Ambas especies se encuentran emparentadas y tienen aspecto similar, al punto que a la taruca también se la llama huemul del norte. Su perfil es de cuerpo macizo y patas cortas, con pezuñas adaptadas para trepar laderas escarpadas en las montañas; los machos se diferencian de las hembras por una llamativa cornamenta bifurcada y una notable mancha negra en forma de Y en la cara.
Sus hábitats son las serranías y valles del noroeste argentino, especialmente desde los 1.800 a los 4.000 msnm, entre pastizales, arbustales, faldeos rocosos y escarpados de montañas de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca y La Rioja. También habita en Chile, Bolivia y Perú, donde lo nombran con la voz aymara «taruca«, igual que en quechua, y aunque estas lenguas no están relacionadas, en ambos casos significa «venado«.
En otro informe, la APN señala que «durante todo el año pueden observarse grupos de 3 a 15 animales integrados por hembras maduras con sus crías e individuos juveniles nacidos el año anterior. Estos grupos pueden incluir machos juveniles de menos de dos años a juzgar por su tamaño corporal y el desarrollo de sus astas. En los meses de la brama, entre junio y agosto, es común ver grupos integrados por un macho adulto y dos a seis hembras maduras«.
El relato de uno de sus expertos describe que «después de una larga jornada de pastoreo en los cerros comiendo musgos, líquenes, hierbas y arbustos, el grupo vuelve a su dormidero por el mismo camino. Sin demostrar alarma, trepan hasta el filo de la montaña y desaparecen. No los volvemos a encontrar, pero su imagen no se borrará jamás de nuestra memoria«.
Hace algunas décadas, numerosas “tropas” de hasta cuarenta animales recorrían, en total libertad y sin barreras, las inmensas y vastas extensiones de sus dominios naturales, pero la presencia del hombre con sus perros, actividades de caza, incendios y sobrepastoreo ponen actualmente en riesgo la existencia de este venado. Sólo sobreviven pequeños grupos aislados, cada vez mas chicos, en ámbitos reducidos, divididos y alterados, por lo que las autoridades realizan estos censos, entre otras tareas, para conocer mejor a la especie y garantizar su persistencia. – (CSM)