Cronicas del Sur

La Payunia: El mayor parque volcánico del Mundo

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Un pequeño puente peatonal llamado La Pasarela surge de un desvío abandonado de la Ruta Nacional 40 y cruza la parte más angosta y correntosa del río Grande, que brama furioso entre dos altos paredones de lava basáltica una decena de metros más abajo. Tras caminar entre ambas márgenes, uno siente que atravesó un umbral hacia un mundo perdido, o quizás a la Tierra antes de la existencia humana o después de una hecatombe que acabó con ella;  una eternidad previa o posterior al chispazo de toda vida en el planeta, con sólo un extenso desierto de arena y piedras, en el que conos volcánicos afloran hasta el horizonte de sus valles y colinas, en gamas ocre, rojo y negro.

Ni el Génesis ni el fin del Mundo: Es el Parque Volcánico La Payunia, el de mayor concentración de conos en el globo, en un paisaje digno del precámbrico o de algún otro planeta deshabitado, pero es el sur mendocino. Sus arenales negros, las colinas de origen ferroso y ríos de lava, con el viento como única fuente de sonido entre sus más de 800 conos volcánicos, lo asemejan a un mundo en extinción o en su nacimiento, pero sin presencia humana.

EL PORTAL

Al margen de la imaginación, La Pasarela es un portal, pero sólo en el espacio y de unos 15 metros de largo, que a unos 180 kilómetros al sur de la ciudad de Malargüe, donde la Ruta Nacional 40 hace una curva cerrada hacia el este para retomar en contracurva hacia el sur, se encuentra paralelo a ésta y conduce a la reserva provincial de La Payunia.

Éste es uno de los diez campos volcánicos más grandes del mundo, y si bien otros tienen mayor cantidad de conos o son más extensos, ninguno alcanza tal densidad en 450 mil hectáreas como para tener un promedio de 10,6 volcanes cada cien kilómetros cuadrados. Entre ellos se destacan los dos más altos de la reserva, el Payún Liso y el Payún Matru, que dan el nombre al lugar.

 

La fantasía del cine y unos pocos datos didácticos y fotos llevan a muchos a poner a este parque en el lugar común de “paisaje lunar”,  mientras algunos guías tremendistas o desinformados alertan a los turistas que están sobre cientos de “volcanes en erupción”, pero los de la Payunia están todos apagados desde hace milenios y a lo sumo se podría hablar de algún “volcán en actividad”, ya que muy por debajo de la superficie se registra una mínima actividad sólo perceptible con equipos especiales, pero sin posibilidad alguna de erupción. La fumarola sobre los conos, que completaría el paisaje prehistórico, ya no es posible.

En la reserva todo es resultado de una intensa actividad volcánica que inundó de lava los amplios y sinuosos valles y de la que quedan los farallones de lava basáltica que bordean al río Grande en la entrada; las extensiones llamadas Pampas Negras, con arenales del mismo material, erosionado y desparramado por el fuerte viento de esa zona de interacción con la Patagonia; los escoriales y coladas de las erupciones; planicies y colinas cubiertas de rojizo material ferroso y el campo de “bombas” expulsadas por los volcanes.

EL PASEO

La única forma autorizada para recorrer el parque, declarado Reserva Total provincial en 1988, es con un guía autorizado, tanto para preservar el ambiente como por la seguridad de los visitantes, ya que no hay rutas en su interior -en el sentido convencional- sino una compleja telaraña de huellas que sólo los baqueanos pueden transitar sin extraviarse y con la seguridad de llegar a los puntos deseados.

Los medios de transporte ideales son el caballo o una camioneta –en el mejor de los casos una 4×4, aunque no es excluyente- y el tiempo mínimo requerido unas doce horas –ya que el recorrido total desde Malargüe, con regreso, puede superar los 400 kilómetros- que se pueden extender a un día o más si se incluyen trepadas a las bocas de los volcanes más altos e ingreso a los cráteres.

Desde el sur, por donde entró CsM, lo primero que se encuentra tras cruzar la Pasarela es una serie de volcanes menores, al principio en un relieve de baja dificultad para las caminatas. Pronto el suelo se torna áspero y dificultoso y se llega a las Pampas Negras, donde la lava se fragmentó hasta conformar un arenal oscuro, un manto de finos granos negros llamados “lapilli”, cuya negritud brilla bajo el sol hasta encandilar, pero cuando el cielo se nubla genera una noche diurna en la que todo es umbrío y opaco.
Una de las típicas postales del parque la conforman el Payún Liso visto desde los cerros Pintura, unas elevaciones menores con laderas cruzadas por franjas de minerales rojos, ocres y negros, como grandes pinceladas a las que se suma el amarillo de los coirones.

Pronto se llega al Payún Matru, que con sus 3.715 metros es el segundo en altura del parque, luego del Payún Liso, de 3.838. La típica forma cónica del primero, con su pico cortado por el cráter, hacen que parezca mucho más alto que el primero, y lo tornan visible desde cualquier punto de la reserva y aun desde afuera.
El Payún Matru está rodeado de unos pintorescos volcanes más bajos llamados “Adventicios” y su caldera tiene unos nueve kilómetros de diámetro, ya que al erupcionar colapsó sobre sí mismo y en su interior se formó una laguna de aguas quietas y transparentes, de fondo negro e impreciso. Las excursiones de más de un día pueden incluir un ascenso, con visita al espejo de agua y trekking por el escorial interno.

En el norte está el “campo de las bombas”, unas grandes esferas que fueron magma disparado en las erupciones, que se apagó y endureció antes de estrellarse o durante su rodada, algunas de las cuales tienen un “peinado”, que es un lampazo generado por la fricción durante su efímero vuelo de bolas de fuego.
El Escorial de la Media Luna o La Herradura del volcán Santa María es el mayor de La Payunia y se formó cuando este volcán vertió todo su magma sobre el valle y formó una colada semicircular de casi 18 kilómetros de longitud, que se puede admirar en toda su extensión desde la cima del Payún Matru.
Más al norte y a fuerza de motor y muñeca del conductor por una pendiente muy pronunciada de ripio rojo oscuro, la camioneta (que no era 4×4) llegó al cráter de Los Morados, cuyos bordes perdieron filo con la erosión, por lo que semeja sólo una abrupta depresión sobre una loma.

Durante la erupción, una de las paredes del cráter se abrió y por allí fluyó el magma que ahora, convertido en lava, parece un negro y meandroso río de piedra, visto desde la cúspide que es un mirador natural que brinda una absoluta panorámica del parque y sus cientos de conos que se extienden entre valles oscuros hasta el horizonte, bajo un cielo azul cambiante por el continuo movimiento de nubes.

FLORA Y FAUNA

La flora en el parque volcánico La Payunia es escasa, pero lentamente gana espacio entre las piedras, en tanto que la fauna presenta unas 70 especies registradas, aunque es huidiza ante la presencia humana y, durante una excursión de una jornada, es posible que no se aviste más de una docena, incluidos insectos.

Este desierto –como cualquier otro- también encierra vida y en ese mar negro y rojizo se ven algunas franjas amarillentas que parecen lenguas de arena común, pero son bajísimos matorrales de colimaliles (o leñas amarillas) y coirones que crecen en las suaves hendiduras de las fallas del suelo, donde se concentra la escasa humedad del lugar, y avanzan sobre las piedras lentamente. El cactáceo llamado “asiento de suegra” tiene justamente el aspecto de un almohadón o un ancho puf, pero es un matorral compacto y bajo, compuesto de espinas ocres, duras y filosas como agujas, que protegen unas vistosas flores amarillas que garantizan la preservación de la especie.

Según Miguel Espolsin, uno de los más conocidos baqueanos en la zona y uno de los creadores de la Asociación de Guías de Turismo de Malargüe, los amarillos coirones se expanden lentamente, pero con el tesón de la flora del desierto llegarán a cubrir las Pampas Negras y buena parte del parque.

También hay pastizales de montaña y de la estepa patagónica, como melosas, solupes negros, retamillos, pichanillos y algarrobos, que crecen gracias a la arena eólica acumulada en las grietas de la escoria, entre los 500 y 1.300 metros de altura, mientras de los 1.800 hacia arriba sólo se ven pataguillas, molles y jarillas.

En cuanto a la fauna, según textos de las agencias de turismo, hay unas 70 especies registradas en la reserva, de las cuales 37 son de alta posibilidad de avistamiento, pero CsM sólo pudo ver numerosos guanacos y algunos armadillos, lagartijas, choiques e insectos como escarabajos del desierto, además de los restos de un zorro, que aunque muerto certificaba su existencia en la zona, y excrementos de puma descubiertos por el guía.

Además cruzaban el cielo jotes y águilas, aunque en este caso eran ellos quienes observaban a los visitantes. Otras especies documentadas son vívoras como la yarará ñata, el lagarto cola de piche, la calandria patagónica, el chinchillón y la ranita de cuatro ojos, según los nombres populares.

SKETCH CON LAGARTIJAS

Espolsin explicó que muchas especies son huidizas pero los baqueanos conocen sus hábitos y necesidades, como lo demostró al ofrecer un avistaje bien cercano de unas pequeñas y tímidas lagartijas, mediante un truco basado en la aridez del lugar y la avidez de agua de la fauna: Llevó a CsM hasta unos matorrales que ocultaban las cuevas de esos frágiles reptiles, derramó unas gotas junto a la entrada y acumuló una cantidad mayor en el hueco de su mano. Pronto, asomó una lagartija que lamió las piedras mojadas y, lentamente, se acercó a la mano del guía y comenzó a subir por sus dedos hasta llegar a la pequeña fuente que él seguía alimentando cuando disminuía. Otro ejemplar la imitó y hasta se disputaron el líquido que de a gotas volcaba Espolsin en su palma, pero en cuanto otra persona se acercó huyeron velozmente hasta su refugio.

Antes de huir, una de ellas completó este virtual número dedicado a los visitantes: hizo un movimiento tan veloz que fue casi imperceptible, pero sí se pudo ver claramente cómo desapareció una mosca que se había posado en el brazo del hombre, atrapada por la lengua de la lagartija, que la engulló. Fue como para aplaudir.

El viento en la altura es generalmente fuerte, lo que repercute en la superficie: de un día despejado y colorido se pasa en segundos a un jornada oscura de pesados nubarrones, con una lluvia de gotas pequeñas y frías, y la temperatura puede bajar con una rapidez alarmante, para de igual manera volver a la situación anterior.

Ciertos atardeceres despejados, unas nubes rojizas y oscuras se concentran sobre el cono del Payún Liso y toman formas circulares que, vistas desde la ruta u otro punto lejano, semejan una fumarola volcánica, como un nostálgico capricho de la naturaleza por revivir imágenes de un pasado inconcebible en tiempos humanos.- (CsM)

 

Gustavo Espeche ©rtiz

(Derechos reservados)

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