Un perezoso ruido a rieles, resoplidos y crujidos de metales y maderas, acompañado por esporádicos silbidos, altera la silenciosa soledad de la estepa patagónica cuando entre los pastizales duros, a veces cubiertos de nieve, aparece La Trochita, con sus vagones antiguos tirados por también casi centenarias locomotoras a vapor. Nada parece haber cambiado en los últimos 70 años si se mira el mundo por las ventanillas de esos coches de madera o cuando se observa correr el convoy a la distancia.
El paisaje se mantiene en gran parte desértico como en 1945, cuando el 25 de mayo comenzó este servicio ferroviario de 400 kilómetros entre Ingeniero Jacobacci, en Río Negro, y Esquel, en Chubut, salvo por algunos ranchos nuevos y más manadas de ovejas en los valles. Hoy el servicio une, en dos tramos separados, Esquel con Nahuel Pan, y El Maitén con Desvío Thomas, ambos en Chubut.
El Viejo Expreso Patagónico, conocido como La Trochita debido a que sus vías son de trocha angosta -75 centímetros- es uno de los pocos trenes de pasajeros con locomotoras a vapor que aún circulan en el mundo y el tercero más austral del planeta. Pero al margen de esos títulos de originalidad, ofrece la oportunidad de vivir momentos únicos, como lo experimentó CsM en ambos recorridos y en invierno y verano.
EXPERIENCIAS ÚNICAS
En la estación cálida, uno puede asomarse por las ventanillas para sentir el viento en la cara, o quizás permanecer apoyado en las barandas entre dos coches, sentarse en los estribos o, desde la última puerta, aferrado a los pasamanos ver las paralelas que se pierden en lontananza, envuelto en la seca y fresca brisa andino patagónica.
En invierno, cuando afuera todo es blanco, ceniciento y borroso tras los vidrios empañados, es reconfortante calentar las manos en las salamandras ubicadas en el centro de cada coche, donde la leña crepita tanto como los viejos maderos de la estructura con los vaivenes del sinuoso recorrido.
El tren rueda sin prisa generalmente a unos 20 kilómetros por hora -nunca sobrepasa los 40- y permite a los pasajeros vivenciar situaciones imposibles en formaciones modernas, como la carga de agua en la caldera, mediante grandes grifos de varios metros de altura terminados en mangas, que se instalaron originalmente cada 20 kilómetros, que era la distancia que tardaba en consumirse el líquido, o las maniobras para girar la locomotora para el regreso en Desvío Thomas, donde se puede descender y caminar por los agrestes prados hasta que el maquinista llama con su silbato anunciando la partida.
BUENA GENTE
El ambiente del tren es amistoso, lo mismo que la tripulación, tanto las jóvenes que atienden a los pasajeros y ayudan a encender el fuego de la salamandra como el maquinista que permite a algunos subir a la locomotora cuando está detenida para sacarse fotos en los comandos y accionar el silbato, que larga un gran chorro de vapor que pronto desaparece con el viento patagónico. En un viaje entre Nahuel Pan y Esquel, al cruzar las vías con la Ruta 40, el conductor bajó la velocidad lo suficiente para que CsM pudiera descolgarse sin riesgo y subirse a la camioneta en la que otros periodistas seguían a la formación.
Si bien ahora se ha transformado en un producto netamente turístico, con precios difíciles para residentes que quisieran usarlo como medio de transporte público -180 pesos el tramo (2016)-, aún se pueden ver lugareños mezclados con grupos de turistas y guías, compartiendo charlas y mates.
En el trayecto norte -que parte y vuelve a El Maitén-, CsM tuvo oportunidad de compartir el furgón con varios humildes pobladores locales que viajaban por gentileza de la tripulación.
En ese tramo, el tren también se detiene sobre el río Chubut para que los pasajeros bajen y tomen fotos desde afuera y, para ello, cruza varias veces el puente a baja velocidad antes de continuar.
Buena parte de este trayecto es junto a la antigua traza de la Ruta 40, que en realidad es la verdadera Ruta 40, que perdió su nombre luego que las autoridades que prometieron asfaltar esta mítica carretera de ripio le dieron su nombre a las rutas 20 y 22, que ya estaban asfaltadas, y así consideraron cumplida su promesa.
CON NIEVE
Una experiencia también singular es tomarlo en Nahuel Pan cuando la nieve cubre la estepa y todo parece más desierto y mustio y los pasajeros semejan ánimas perdidas entre el vapor de la caldera que se expande por el anden. En la indefensa estación de techos de chapa a dos aguas, la locomotora bufa y es envuelta por sus propios vapores que la mimetizan con el paisaje, como un animal ansioso por partir. Sin embargo, llegado el momento parece desperezarse lentamente haciendo crujir sus articulaciones de madera y así se aleja hasta perderse entre los cerros como una diminuta oruga oscura bajo la gran nube que marca su presencia.
La formación corre entre laderas nevadas y se abre paso por el valle, donde generalmente se puede ver el pasto amarillento que reverbera con el sol del atardecer, bordea una estancia y pasa junto a indiferentes caballos y ganado vacuno y bovino. Los arrieros saludan al tren y los pasajeros responden y les toman fotos.
En las banquinas de la Ruta 40, los automovilistas se detienen para también grabar su imagen y contemplarlo con cariño o embeleso hasta que desaparece en un faldeo cubiertos de árboles altos, para alejarse perpendicular a la ladera nevada, que hace de telón de fondo, y cruzar el puente del arroyo Esquel para culminar el viaje en la estación de esta ciudad.
HISTÓRICO
Tanto en Esquel como en El Maitén hay talleres donde desde hace décadas reparan coches, rodamientos y locomotoras y se fabrican partes que son imposibles de conseguir siquiera en los países de origen de las locomotoras Baldwin (Estados Unidos) y Henschel (Alemania) ni de los vagones (Bélgica), ya que son piezas de 1922 que allí sólo podrían hallarse en museos.
Es en el “Hospital de La Trochita” de El Maitén, donde también reformaron las locomotoras a leña para que funcionen con fueloil, que es más barato y ecológico. Allí es un mundo “a la antigua”, ya que trabajan de manera artesanal, con un torno de 1890, y la mayoría del equipo es de las décadas del 40 y el 50; lo más nuevo es de principios de los 60. Este romanticismo enfrenta el inconveniente de la falta de repuestos y de capacitación, ya que los conocimientos son transmitidos en forma oral y empírica a las nuevas generaciones de mecánicos.
En la estación Esquel hay también un museo de La Trochita, con piezas, vestimentas, documentos y fotografías que ilustran la historia del tren desde sus inicios. En Nahuel Pan se pueden comprar artesanías y recuerdos en varios galpones vecinos a la estación, utilizados por pobladores criollos y mapuches que en invierno también venden bebidas calientes y tortas fritas para entibiar la espera.
La Trochita es lo que queda de una antigua red de ferrocarriles patagónicos que llegaba a ciudades del Atlántico, como Comodoro Rivadavia y Rawson, y tras resistir varios intentos de cierre que afectaron a otros ramales se hizo famosa en libros y películas que ayudaron a obtener respaldo para mantenerlo funcionando. Este tren único fue declarado Monumento Histórico Nacional en 1999 y actualmente es explotado por la Corporación de Fomento (Corfo) de Chubut .- (CsM)
Gustavo Espeche ©rtiz
(Derechos reservados)
2 comentarios
Excelente nota!!!
buena nota, la lasitma que estuve hasta el 12 de agosto,por Bariloche, Esquel, Lago Puelo, el Hoyo,Maiten..pero no estaba funcionando la trchita…Ahora CAMBIEMOS…hizo lo que otros k, nunca quisieron….No vuelven mas !