Cronicas del Sur

Valle Fértil: Un fresco y húmedo respiro en el oriente sanjuanino

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Un olor a vegetación fresca, un atisbo de humedad o una suave brisa perfumada anuncian la cercanía de Valle Fértil varios kilómetros antes de entrar en la zona urbana de este destino del oriente sanjuanino, especialmente cuando se llega desde el norte por la ruta 510, tras cruzar los áridos parques de piedra de Ischigualasto y Talampaya. La ciudad se huele y se percibe a la distancia con todos los sentidos, como una caricia que anuncia la llegada a este oasis en una de las provincias más tórridas de Argentina, en contraste con el típico aire del desierto yermo que reseca la piel y raspa la garganta.

Los verdes cerros que rodean a San Agustín del Valle Fértil -tal su nombre completo-, con arroyos de aguas cristalinas y saltos entre cantos rodados, quebradas con nutrida vegetación y el alegre trinar de los pájaros en los bosques son una alternativa a los grandes atractivos turísticos de la región. No tan espectacular o imponente como los cercanos Parque Nacional Talampaya (I), en La Rioja, o el sanjuanino Valle de La Luna, ambos con sus altos farallones y curiosas geoformas cobijados por un inmenso desierto rojo, pero sí un relajante bálsamo para el viajero y una buena base donde descansar antes de partir hacia esos destinos o después de haberlos visitado.

SIERRAS PAMPEANAS EN SAN JUAN

En este departamento sanjuanino, el extremo noroeste de las sierras pampeanas se incrusta como una cuña geológica y genera un clima y una geografía distintos al resto de la provincia, con arroyos y ríos con agua todo el año y hasta el “lujo” de un embalse con un lago de 16 hectáreas en San Agustín, la cabecera departamental.

Si se ingresa desde el sur, el cambio es paulatino, ya que al dejar la ruta nacional 141, que atraviesa los llanos, y tomar la 510 en Marayes, se entra de a poco en este paisaje de serranía pampeana a través de pequeñas localidades de Valle Fértil, como Chucuma, Astica y Las Tumanas. Pero la diferencia es notable cuando se llega desde el noroeste, tras cientos de kilómetros de desierto rojo con cerros pelados y ríos secos, tanto en La Rioja como en San Juan, como lo experimentó CsM.

La llegada fue por la 510, tras una jornada ardiente de cielo completamente despejado sobre esos parques Patrimonio de la Humanidad, y su hermanito menor en el mismo complejo geológico: el Parque Provincial El Chiflón (II). Allí el mundo se dividía claramente en rojos y azules mediante la despareja línea del horizonte, hasta que con el atardecer el sol comenzó a declinar y la sombra del vehículo se alargaba hacia la izquierda de la ruta, mientras el paisaje se teñía de un amarillo pálido y la noche avanzaba azulada desde el oriente.

Ya al cruzar Usno -segunda localidad del departamento-, 11 kilómetros antes de San Agustín, se comenzaba a percibir la mencionada humedad en el aire del anochecer, que anunciaba un clima distinto, sin el calor sofocante que también emanaba de las piedras y el suelo y quemaba la garganta, que había quedado atrás en el tiempo y la distancia. Muestra de esa diferencia eran unas nubes altas en el este, que le hacían fuerza al cielo despejado de una provincia cuyos viñateros se jactan de que goza de más de 300 días de sol por año, al punto que crearon el Grupo de los 300 Días.

MICROCLIMA

San Agustín da la bienvenida, aún en los días más bochornosos, con sus veredas arboladas y jardines de un verde vivo y floridos gracias al riego diario de los vecinos, que a veces lo extienden a las calles y generan ese típico olor a tierra mojada de muchos pueblos de provincia. La sensación, tras cruzar el desierto, fue la de llegar a una ciudad viva, con gente en sus veredas conversando mientras regaba sus plantas y patios tras la caída del sol, y que tiene el privilegio que significa en esa zona contar con un río de aguas permanentes.

Por su cercanía con el Valle de la Luna -72 kilómetros- San Agustín del Valle Fértil constituye una parada casi obligatoria para la mayoría de quienes van o vuelven entre esa reserva natural y la ciudad de San Juan, a 252 kilómetros al sudoeste. Aunque este constante flujo de visitantes genera un buen movimiento en la hotelería, la gastronomía y transportes de pasajeros -combis y remises-, los responsables de Turismo local ofrecen también actividades y circuitos agregados, para que San Agustín no sea sólo un lugar de paso, sino que el visitante lo tome como un plus del gran paseo a Ischigualasto; al Chiflón, 23 kilómetros más al este, o al Talampaya, unos 150 kilómetros al norte de la entrada al Valle de la Luna.

Una de las localidades aledañas que ofrece estos encantos particulares es La Majadita, regada por el río San Agustín y varios afluentes, cuyo paisaje remeda las serranías cordobesas o puntanas. Sus cursos de aguas transparentes y de escasa profundidad invitan a descalzarse y remontarlos caminando sobre la gruesa y firme arena del fondo o los cantos rodados de diversos tamaños que masajean las plantas de los pies con sus formas suaves y redondeadas por el eterno correr del agua, en la que cardúmenes de peces diminutos y renacuajos huyen veloces ante la presencia humana y se refugian entre las rocas.

Los ríos y arroyos, entre altos cerros en los que anidan jotes y otros rapaces que dominan el cielo, están bordeados de bajos barrancos rojizos o planos verdes, con pastos mullidos que llaman a acariciarlos o a usarlos de colchón tenderse sobre su frescura para una siesta.

Además, crecen variadas especies de “yuyos” que los lugareños utilizan para saborizar el mate y para preparar infusiones con diversos fines, en especial curativos, aunque aseguran que también sirven para la amistad, el amor, la virilidad y para ahuyentar las malas ondas.
Estos yuyos, que en las grandes ciudades se venden deshidratados, allí crecen frescos entre pequeñas flores de colores vivos y al amparo de especies típicas, como algarrobos, talas, berros, breas, zampas, jarillas y álamos, además de la tusca, que es muy usada para la artesanía en madera de La Majadita, o la pichana, también pichanilla, cuyas ramas son utilizadas como escobas. 

Si bien los cactus mantienen una importante presencia, la sombra de los árboles frondosos, entre ellos los cadenciosos sauces llorones a orillas de los cursos de agua, invitan a los paseantes al picnic o simplemente a dejarse caer sobre el pasto y dormitar, arrullados por el rumor del agua y el canto de los venteveos, reinas moras, teros y chingolos. Entre los árboles, es habitual encontrarse con grupos de burros o cabras que avanzan perezosos y acelerarán apenas el paso ante la presencia humana; zorro, ñandúes y maras escapan con más celeridad y generalmente sólo se los ve a lo lejos.

PASEOS

La perla de la ciudad es el lago San Agustín, que embalsa el agua del río del mismo nombre que es utilizada tanto para riego como para consumo humano –por lo que es derivada por dos canales distintos- y en torno al cual la Dirección de Turismo local organiza caminatas de unos dos kilómetros para el avistamiento de aves y fauna en general, con guías de senderismo especializados.

Un atractivo especial para los amanes de la fotografía son, precisamente, los safaris fotográficos que se organizan regularmente y llegan a tener más de 40 kilómetros, con partida desde el centro del pueblo y paso por el valle intermontano de las sierras, La Majadita, Los Bretes y la Quebrada de Quimilo hasta la ruta 510.
En esos poblados, los turistas también pueden ver y adquirir productos regionales, como tallados en madera, tejidos en telar, trenzados, dulces artesanales y platos de la gastronomía del lugar.

Otra salida interesante es un trekking de ascenso al cerro de La Antena, en la sierra de Valle Fértil, desde cuya cima, a 2.300 metros de altitud, se tiene una vista panorámica única en la zona. El cerro debe ese nombre a la antena de Canal 8 instalada en su cumbre, desde donde se puede ver todo el valle intermontano y pedemontano y parte de La Rioja.

ZONA DE BALDES

Un recorrido que merece se le dedique al  menos media jornada, aunque ya fuera del área húmeda con influencia de serranía pampeana, es el de la “zona de baldes”, nombre que se le dio en las áreas más áridas de Argentina a los lugares donde el único medio de llegar a las primeras napas de agua era mediante pozos, con brocales fortificados con troncos o calzados con rocas, para cuya extracción se utilizaban baldes de cuero.

Justamente, los dos pueblos representativos de la zona, en el extremo norte del departamento Valle Fértil, se llaman Balde del Rosario y Los Baldecitos, a la vera de la ruta 510, y conservan algunos de esos pozos. Es un área de suelo yermo y arenoso, con vegetación baja, dura y espinosa, típica del desierto, y mantiene la cría de ganado caprino a pequeña escala como una de sus principales actividades económicas, por lo que se ven numerosos corrales de cabras hechos con las retorcidas ramas de arbustos autóctonos. Algunos comercios, ubicados sobre la ruta, tienen la posibilidad de trabajar con el turismo, ya que es lugar de paso hacia el Valle de la Luna, por lo que también se ofrece hospedaje barato, aunque entre ambos no suman más de unas 50 camas.

Como atractivo turístico de paso, figuran las iglesias de San José, edificada hace más de un siglo en Los Baldecitos, y la de San Isidro Labrador, la única construida en piedra en la década de 1940, en Balde del Rosario. También está la primera escuela de la zona, la 160, de principios del siglo XX, y algunas antiguas casonas de familias pioneras del lugar, de más de 120 años de antigüedad, aunque la mayoría aún en proceso de restauración.

En el trayecto entre San Agustín y la zona de baldes, es recomendable parar en el Museo Piedras del Mundo, que además de una muestra de mineralogía local y de otros países cuenta con piezas arqueológicas de Valle Fértil y una exposición entomológica, que incluye impresionantes arañas de la zona. El museo también ofrece observación astronómica nocturna.- (CsM)

Gustavo Espeche ©rtiz

(Derechos reservados)

(I) Ver en este portal: «La Quebrada de Don Eduardo. PN Talampaya, La Rioja«, del 09-12-2015: https://cronicasdelsur.com/quebrada-don-eduardo/

(II) Ver en este portal: «El hotel del desierto, en el parque natural El Chiflón, La Rioja«, del 16-03-2016:  https://cronicasdelsur.com/hotel-el-chiflon/ 

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2 comentarios

  1. Excelente la nota. La descripcion que efectuas de la zona es exactamente lo que vieron mis ojos en abril del 2012. En ese momento la region sufrio una gran sequia, por lo que el verde no abundaba. Sin embargo pudimos recorrer y descubrir morteros indigenas antiguos a la vera del rio practicamente seco.
    En nuestro camino al norte, paramos en las hermosas cabanas de «Don Antonio» sobre la ruta, en direccion a Usno.
    Somos un matrimonio de Bs.As. que ama nuestro oeste cordillerano. Felicitaciones nuevamente.

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